Intervención temprana ante el ictus

El ictus, infarto cerebral o ACV (Accidente Cerebrovascular) representa la segunda causa de muerte en la población española, suponiendo la primera en mujeres. Además, esta enfermedad cerebrovascular supone la primera causa de discapacidad en la población adulta, por lo que estudiar su prevención, abordaje y rehabilitación resultan de gran interés.

Según datos de la SEN (Sociedad Española de Neurología), alrededor de 120.000 personas sufren un accidente cerebrovascular al año, de las cuales el 35% se encuentra en edad laboral. A este respecto, la Organización Mundial de la Salud señala que 15 millones de personas sufren un ictus cada año en el mundo. Las estadísticas nos dicen también que en el 50% de los casos el desenlace supone una discapacidad grave o, en el peor de los supuestos, la muerte.

Así pues, un síntoma de ictus es una urgencia. Por ello, ante la primera sospecha se debe contactar lo antes posible con el servicio de urgencias o acudir al hospital más cercano.

¿Es posible la recuperación ante un ictus?

A pesar de todos los problemas que supone y de su repentina aparición, un infarto cerebral se puede prevenir, tratar y recuperar.

Sabemos que los pacientes con alteraciones neurológicas son capaces de alterar sus circuitos neuronales para poder recuperar (o reaprender) diversas habilidades funcionales. Esto es debido a un proceso intrínseco de nuestro cerebro que se llama plasticidad neuronal, que podríamos describir como la capacidad para “reconfigurar nuestro cerebro” a través de nuestras experiencias, capacidades y aprendizajes.

Por este motivo, una persona que sufre un ictus en cualquier momento de su vida mostrará siempre una evolución y una cierta recuperación de las capacidades perdidas en el momento del mismo, incluso si no recibe tratamiento desde ninguna perspectiva sociosanitaria profesional y especializada.

El cuerpo y el cerebro reaccionan ante cualquier evento patológico y, en el caso del ictus, esa reacción ante la muerte o alteración neuronal siempre sigue el camino de intentar recuperar el “control” de las capacidades y funciones afectadas con los recursos disponibles en cada momento. Esto ocurre desde que empieza a darse el accidente cerebrovascular hasta que el cerebro comienza a evolucionar, retomar el control con las neuronas que han resultado indemnes, reorganizar el funcionamiento en las zonas neuronales afectadas pero que no han sufrido los efectos de la muerte celular por falta de aporte nutritivo y de oxígeno y, como se ha explicado antes, reconfigurar el funcionamiento del cerebro en global para coger las riendas e intentar hacer funcionales todas las partes de nuestro cuerpo que nos permiten desarrollarnos como individuos y relacionarnos con el entorno y los demás, las emociones y la comprensión más abstracta de lo que significa ser y existir como persona a partir de ahora.

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Pero, ¿cuándo es el mejor momento para la rehabilitación de un ictus? Y lo que más suele preocupar, ¿cuánto tiempo?

 

De manera general, lo que la bibliografía recoge es que hay una ventana de 6 meses desde que se inicia la fase aguda (desde que se produce el ictus) donde la plasticidad neuronal es más fuerte. Es pues, en este lapso, cuando aprovechar al máximo esa ventaja a través de un tratamiento intensivo es la mejor estrategia para conseguir la tasa más alta de recuperación funcional y estructural.

Esta intervención temprana, desde el día 1 de esta nueva situación personal y vital, junto con la evolución natural de la patología son un tándem importantísimo y crucial para el pronóstico funcional y de vida del individuo. Así, cuando se suma la reacción natural del cuerpo hacia la recuperación de cualquier patología adquirida y una intervención profesional temprana que comience ya en la misma cama del hospital (en UCI en la mayoría de las ocasiones), los resultados según las investigaciones son claramente beneficiosos a todos los niveles:

  • – Las tasas de dependencia posteriores son más bajas.

  • – Las necesidades de ayuda de familiares y cuidadores, así como las ayudas técnicas, son menos necesarias y en menor intensidad y cantidad.

  • – Los problemas secundarios a las secuelas del ictus, a nivel cerebral y a nivel motor y funcional, aparecen con menor intensidad y número.

  • – El tiempo de recuperación se reduce ostensiblemente, así como la necesidad de tratamiento especializado, etc.

 

Todo esto conlleva una serie de ventajas muy beneficiosas para la persona, para la familia, para el sistema sanitario y, por ende, para la sociedad. El ahorro económico de los tratamientos tempranos, que es más importante de lo que se puede imaginar, es al final lo de menos aunque importe “siempre”, ya que a nivel emocional, familiar y social puede marcar una gran diferencia.

Por ejemplo, un estudio de la Universidad de Navarra propuso comprobar qué supone para el número de altas y recuperaciones funcionales el retrasar el inicio de la neurorrehabilitación. Para ello incluyeron en el estudio a los pacientes de la Unidad de Neurorrehabilitación del Ictus del Hospital Parkwood (Canadá) ingresados entre Abril de 2005 y Septiembre de 2008, registrando sus puntuaciones al ingreso y al alta, teniendo en cuenta los días que trascurrieron entre la aparición del ictus y el ingreso en la Unidad de Neurorrehabilitación. El resultado fue una correlación significativa entre el retraso al iniciar la terapia y el grado de institucionalización al alta, revelando claramente que cada día que se retrase el inicio del tratamiento, el pronóstico funcional empeorará.

 

El plazo de rehabilitación de 6 meses es la media, no la norma.

 

Ahora bien, igual que cada persona es un mundo, cada ictus también lo es, y estos plazos siempre provienen de intentos de la ciencia para entender y estructurar la biología humana para poder comprenderla mejor y desarrollar estrategias y protocolos de actuación. Por ello podemos encontrar que esos 6 meses de plasticidad óptima pueden ser 3 para algunas personas y 20 para otras; depende de muchísimos factores intrínsecos y extrínsecos a cada individuo. Factores que son imposibles de controlar y conocer en su totalidad. Por ello el plazo “oficial” consensuado a nivel sanitario de 6 meses no debe ser el límite o la norma a la hora de actuar. El tratamiento y rehabilitación en un ictus debería extenderse a todo el tiempo que el cuerpo pueda evolucionar y adaptarse para desarrollarse en el día a día, tanto con intervención terapéutica especializada como a través de la ayuda de familiares y cuidadores informales, también vitales para la rehabilitación de estas personas.

Decíamos antes que el propio cuerpo reacciona y evoluciona al ictus buscando mejorar y encontrar el mejor equilibrio para desarrollarse y vivir, intentando superar barreras y creando incluso nuevos caminos para conseguir hacer lo que necesita. Nuestro trabajo en rehabilitación, una vez que aparece esta situación, es ayudar al cerebro a encontrar las mejores vías para evolucionar, ya sea el primer día o el día 1.000.

Desde esta perspectiva, cuando se trabaja codo con codo con un afectado de ictus, la logopedia, la terapia ocupacional, la neuropsicología, la fisioterapia, la optometría…, se muestran como herramientas especializadas para que nuestro cerebro se reinvente y encuentre esa luz en el horizonte que le guíe para conseguir ser, de nuevo, la mejor versión de si mismo con los recursos disponibles. Esos recursos pueden ser del propio cuerpo o facilitados por el sistema de atención y ayuda.

Según datos estadísticos sobre los tratamientos multidisciplinares realizados en Clínica Uner, presentados por los profesionales que trabajan con los pacientes día a día, este abordaje temprano que comentamos aquí provocó que la funcionalidad de los afectados por DCA (daño cerebral adquirido) aumentara por encima del 12% en estos primeros meses tras el trabajo con ellos, lo que coincide con las investigaciones internacionales que estudian este tipo de filosofía de trabajo integral y temprana. Las tasas de pronósticos funcionales más favorables y con consecuciones de más nivel de independencia se encontraban en los grupos de pacientes que recibían tratamiento en los 3 primeros meses con respecto a los que comenzaban el tratamiento pasados esos 3 meses de media.

Como conclusión, “el programa de tratamiento multidisciplinar mejora la independencia funcional motora y cognitiva de las personas con DCA, donde el inicio temprano de rehabilitación parece mejorar su efectividad en comparación al inicio demorado.”

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(Póster Fundación UNER: “Efectividad de un programa de rehabilitación multicomponente para pacientes con daño cerebral adquirido y la influencia del tiempo transcurrido desde la lesión hasta el inicio de la intervención”. 1er premio en las III Jornadas Nacionales de Psicología Hospitalaria, mayo 2019).

Es por todo esto, que desde Clínica Uner queremos incidir en la importancia del tiempo desde el momento en el que sospechamos de la aparición de los primeros síntomas de un ictus. Los dolores de cabeza inusuales, la pérdida de fuerza y la sensibilidad en un lado del cuerpo, la alteración de la visión o los problemas a la hora de expresarse y entender son signos de alarma que tienen que despertar en nosotros, familiares y seres queridos, la carrera por llamar a los Servicios de Emergencia (112) y poner en marcha la cadena de supervivencia vital para actuar a tiempo y poder garantizar un mejor pronóstico.

En nuestra experiencia hemos tenido la suerte de poder ver evoluciones en pacientes tras 1 o más años desde la aparición del ictus, experiencias que son las que nos empujan a seguir luchando para que el trabajo con estos pacientes no se finalice tras un período determinado, sino que continúe mientras la persona y su familia siga queriendo luchar por mejorar y conseguir alcanzar metas cada vez más lejanas.

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La carrera que conocemos comienza desde que empiezan a aparecer los síntomas, pero la verdadera carrera comienza desde que nacemos, y se puede ser más ganador cuando comenzamos a llevar unos hábitos de vida saludables que previenen esta patología. Esto nos dará una ventaja importante porque disminuirá muchísimo las probabilidades de que nos veamos afectados por un ictus y, si finalmente se produce, habremos acumulado muchas cartas ganadoras para que la evolución y recuperación sea mucho mejor, más rápida y más eficiente. En definitiva, más sostenible para nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestra familia y la sociedad en la que nos desarrollamos.

 

Escrito por: Álvaro Entrena Casas y Paco Millán Robles

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