Encuentros con las familias de profesionales del daño cerebral I

Me acuerdo del momento en el que me dijo que iba a estudiar la carrera de Logopedia. También me acuerdo que yo no tenía ni idea de qué era eso y de que ella tampoco lo tenía muy claro, puesto que no fue realmente su primera opción. Recuerdo el ¿qué pasará? ¿Será la opción correcta? Eso nunca se sabe en el primer momento. Se adentró de cabeza en un grado que llevaba apenas 4 o 5 promociones anteriores.
Poco a poco se fue enamorando de lo que aquellas montañas de apuntes contaban. Sobre todo, el hecho de poder ayudar tantísimo a alguien con algo que apenas se reconoce hoy día en la sociedad. Algo que puede incluso salvar vidas pero que en sitios básicos como los centros de enseñanza u hospitales escasea.
No fue fácil sacarlo todo, pero la vocación que sentía hacia lo que estudiaba le ayudaba a seguir adelante y que esos meses de estudio sin descanso no se hicieran cuesta arriba. Solo había que escucharla hablar de lo que había aprendido en aquella clase “de a saber qué” con tantas ganas y entusiasmo.
Hoy en día es una profesional de la Logopedia y ama lo que hace. Se le nota en la forma en la que habla de su trabajo, de sus pacientes. En las horas que hecha para que alguien que ha perdido todo sea feliz otra vez y recupere la sonrisa. De la ternura con la que habla de lo que le pasa día a día, que cuando yo lo oigo me siento incapaz de ponerme en esa situación.
Hace falta una profesionalidad para realizar ese trabajo, pero sobretodo hace falta un corazón grande y muy fuerte. No todo el mundo podría hacer lo que hace y yo soy la primera persona que sería incapaz de enfrentarme a tanta responsabilidad. Pero a ella le nace de dentro.
Agradecer a A.P.M y M.P.M por compartir con nosotros su vivencia.
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